“En
lugar de ‘crimen’, le vamos a poner ‘muerte’, y para que impacte más,
que sean varias muertes, ‘Muertes y castigos’ va a sonar más irónico”.
Un editor francés le dio esa explicación a Carlos Nine para renombrar su
primer libro en las galias: Meutres et chatiments, que originalmente
iba a llamarse Crimen y castigo, en una clara alusiva a Feodor
Dostoievski. “Era un homenaje a este muchacho que ahora estoy
ilustrando”, recuerda el talentoso artista argentino.
La noticia de Nine
trabajando sobre ese clásico de la literatura rusa es una novedad muy
grata por numerosos motivos. El primero de ellos es que es una obra que
verá la luz cada miércoles a partir del 11 de este mes, en fascículos
coleccionables gratuitos que acompañarán a Página/12. “Son tres o cuatro
ilustraciones por fascículo y 24 entregas”, puntualiza el dibujante. Un
lujo para los admiradores del creador de Fantagas, Keko el mago y otra
cantidad de grandes títulos. Un lujo, además, que verá la luz primero en
Argentina, después de años de un cuarto de siglo de publicar casi toda
su obra primero en el exterior, antes de recalar en las bibliotecas de
sus compatriotas.
La ocasión sirve de excusa para una entrevista en su espacioso
taller del barrio bonaerense de
Olivos. El grabador del cronista,
incluso, acaba entre los bocetos a lápiz y carbonilla que
Nine prueba
constantemente. La pila es altísima y lo que llama la atención primero
es que cada página reboza de pruebas de posturas de los personajes y
ensayos de composición con el entorno. “Esos son mis apuntes, después
los que me parecen mejor logrados terminan en el scanner y los coloreo
con la computadora”, explica. “No tengo tiempo para ponerme a hacer
acuarelas ni ese tipo de cosas, pero está quedando bien, interesante”,
asegura. Lleva hechos alrededor del 30 por ciento de los fascículos y
eso significa, también, que volvió a meterse en el ritmo de publicación
de los medios masivos nacionales, después de mucho tiempo de dedicarse
casi exclusivamente a la lógica de los libros.
El proceso de trabajo promete mucho, a juzgar por lo que se ve en
los bocetos. “Empecé a dibujarlo, cómo te puedo decir, tratando de
controlar todo, pero al poco tiempo me di cuenta de que
Dostoievski se
apoderaba de mí y los dibujos se empiezan a poner cada vez más locos
junto con la novela”, confiesa. “Evidentemente hay una sensibilidad
bastante parecida, porque yo nunca fui un dibujante mesurado, metódico”,
reflexiona y se compara con
Jean Giraud, es decir, con el francés
Moebius. “El era un tipo de una enorme creatividad pasada por el filtro
de la racionalidad, a mí a veces me cuesta utilizar la racionalidad”.
–¿Había hecho algo con Dostoievski antes?
–Jamás había hecho
Crimen y castigo. Lo había leído cuando era muy
jovencito, lo leí de nuevo y no era la idea que recordaba. ¿Viste que
con el tiempo se va modificando la imagen que tenés de algo? Por
ejemplo, yo cuando era joven vi
El submarino amarillo, de
Los Beatles, y
siempre pensé que era una gran película. La vi de vuelta hace cuatro
años y me pareció una porquería. Se modifica totalmente porque no sos el
mismo tipo al volver a ver la película o releer el libro.
–¿En este caso qué le pasó?
–La primera vez me pareció una cosa complicadísima. Ahora me doy
cuenta de que te podés dar cuenta todo lo que es
Rusia leyendo el libro.
No lo que es físicamente, sino el espíritu ruso. Está lleno de
reflexiones, cambia y te enriquece todos los diálogos con observaciones.
Es como un relato cubista: el tema se ve desde un montón de ángulos,
eso es muy interesante.
–¿Qué espíritu ruso encontró ahí?
–Primero que son tipos de una efusividad casi insoportable, incluso
para nosotros que somos latinos. Y eso que se supone que los eslavos son
más fríos y toda esa tontería que se repite todo el tiempo. Están
siempre al borde del llanto, de la ira, de la acción. Dista totalmente
de una novela francesa, que es otra racionalidad. Pero aparte lo
increíble de este tipo es como en una novela totalmente pasional como
esta controla absolutamente todos los elementos que pone en juego, que
no son pocos, ¿no?
–¿Cómo abordó el trabajo, entonces?
–Yo me acuerdo cómo era la historia, pero ahora no quise leerla
completa. La voy leyendo a medida que me llegan los capítulos e ilustro.
Creí que el tipo iba por un lado y no, va por otro, y cada vez amplía
más la trama, se aleja del guión original y empieza a meter otros
protagonistas. Es impresionante. El texto tiene una riqueza tal que uno
debería leer entero el libro, desarmarlo e ilustrar los trozos en los
que está armado. Es un libro muy complejo. Es como una caja rusa de
sorpresas. Sacás una cosa y hay otra, y otra. No es raro que hayan
inventado la mamushka.
–¿Y desde lo formal?
–Acá encontré un método que puede servir, pero todo el tiempo estoy
reflexionando sobre lo que hago. ¿Cómo te puedo explicar? Hay dibujantes
que ya tienen un sistema. Y dentro de ese sistema, tienen todas las
soluciones. Yo tengo una cierta intuición, que por ahí puede andar, pero
puedo retroceder, avanzar o irme por el costado. Yo admiro mucho a los
tipos que corren riesgos, incluso cuando dibujan. Pero sobre todo cuando
viven, cuando hacen política. Con las fórmulas, como son duras, te
aburrís. Conozco dibujantes que hace cincuenta años están haciendo las
aventuras del
Payaso Pirulete, ¡no podés vivir así toda la vida! Inventá
otra cosa, agarrá por otro lado.
–¿Acá qué soluciones nuevas o que no había usado antes encontró?
–Bueno, yo dialogo mucho conmigo mismo cuando dibujo. Entonces hay
dibujos que me salen más corajudos, más audaces que otros. Capaz después
los veo y me asusto y vuelvo a ser más conservador. Después avanzo otro
poco, toda esa lucha la tengo mientras estoy dibujando. Hoy miraba
cosas que ya entregué y decía para mí “Uy, acá se me fue la mano, estuve
demasiado guapo”.
–¿Por qué se le fue la mano?
–Porque vos tenés que estar pensando cuando ilustrás que no es una
cuestión para vos, que hay un tercer elemento que es el espectador. Yo
tampoco se la quiero poner muy fácil, quiero que el tipo piense,
elabore, que intervenga decodificando, pero a veces no tiene que ser tan
fuerte la clave como para que no pueda entrar.
–¿En qué lector está pensando para esto?
–En un lector genérico inteligente. No estoy dibujando para un
lector de
Nik, nunca voy a tener ese mal gusto. Pero asimismo trato de
que tenga no muchas dificultades para entrar. De todos modos, el
protagonista de esto es la lectura. En este caso, siempre creo que la
imagen trata de redondear una idea, pero cuando tenés un texto tan
importante, el protagonista es
Dostoievski, no soy yo.
No es la primera vez que Nine ilustra un texto literario. Desde
Crónicas del ángel gris, de
Alejandro Dolina, hasta la fecha abordó a
muchos autores, como
Elsa Bornemann y
William Shakespeare, además de sus
trabajos personales y la enormidad de páginas inéditas que se almacenan
en su estudio. Por eso, confiesa, jamás se hizo “mucha mala sangre” por
publicar más afuera que en el país, ni tampoco se enloquece por esta
suerte de regreso. “Es que yo siempre dibujé para mí, no tengo una
desesperación por aparecer”, explica. “No es mi objetivo en la vida
publicar dibujos, vivo de esto hace bastante tiempo, pero digamos que me
completa como persona”, afirma.
–¿Y lo que no se publica?
–Lo que se publica es el 30 por ciento de lo que dibujo. Todo el
resto lo hago para mí y está acumulado en carpetas acá, que no se vio
nunca. No tiene el objetivo de ser publicado. En cambio tengo amigos
dibujantes, que no tiene sentido decir quienes son, pero son tipos muy
conocidos, que me dicen “la desgracia que tengo yo es que no puedo
dibujar para mí, todo lo que dibujo se publica”. Y vos no podés estar
así. Tenés que relacionarte con el oficio, tener un diálogo, ver cómo
respondés y cómo te encontrás con un desafío nuevo. Probarte hasta dónde
podés llegar. Eso no podés hacerlo si publicás todo el tiempo. Después
elegirás qué publicar, esto me gusta, esto sí. Pero en montones de
pruebas que uno hace, y si no tenés tiempo porque sos tan solicitado que
no tenés posibilidad temporal de hacerlo, o porque ya te acostumbraste y
no hacés otra cosa... es jodido. ¿Cada vez que tocás el violín es para
grabar un disco? No, tenés que ir probando, a ver qué te sale. ¿Sino
cómo hacés?
–¿Qué prueba para usted mismo?
–De todo. ¿Ves eso que está ahí? Es un relieve. Todas esas
esculturas jamás salieron publicadas, pero son cosas que yo necesito
hacer. Yo soy mi propio cliente. Es muy difícil de explicar, pero
necesito hacerlo porque forma parte de mi personalidad. Esto hay que
tomarlo como una vocación. Si querés, como un acto de fe en el futuro,
en las posibilidades del hombre, no solamente como un laburo. Tengo
amigos que estudian dibujo, o estudiaron, para ver si publican algo y
después les hacen un reportaje. Eso no creo que sea el objetivo. Si eso
sobreviene, está perfecto, pero una persona tiene que tener algún tipo
de relación amigable con uno mismo. ¡Sino se arma un despelote! Hay que
hacerse amigo de uno.
–¿Y cuál es su relación con el trabajo, con usted mismo?
–Primero es una relación de sinceridad, no hay que engrupirse. Hay
cosas que no me salen, otras me salen mejor. Y otras que con el trabajo
constante voy mejorando en una pequeeeeeña medida. Yo tengo devoción por
un tipo que se llamaba
Alberto Breccia. Además de que fuimos amigos y
hablé mucho con él. En Internet están los videos donde él habla, también
está el libro de diálogos que
Juan (Sasturain) sacó con él. Y ahí el
tipo dice: “Yo era un dibujante modestísimo, de pocos recursos”. En
realidad, era un dibujante malo, pero con el trabajo fue creciendo. Esa
confesión, de que un tipo se ve como un dibujante de limitadas
cualidades naturales, pero que se supera con el trabajo, ¡eso es
extraordinario! Yo conozco tipos que publican en los diarios todos los
días su monito y ni se les pasa por la cabeza pensar que son dibujantes
elementales. El tipo cree que es dibujante. No, dibujante es el que
conoce sus limitaciones y se pone a buscarle la vuelta, a ver cómo hace
con esos pocos dones que alguien le brindó. Yo creo que soy un pésimo
dibujante, pero insistiendo...
El gesto de incredulidad provoca la reacción de
Nine. “No, no, ¡es
que es así! Por eso lo considero al
Viejo (Breccia) como el que te dice
‘no te engrupás’, es con el trabajo que algo te sale”.