El diario
La Nación en su edición del domingo 16 de agosto nos entregó un articulo escrito por
Marcela Ayora, referente a los cuentos de hadas y fantásticos y su vigencia en el mundo actual a pesar de tener en muchos casos 2 siglos de haber sido escritos.
En realidad estos cuentos tienen mucha relación con nuestra actividad de la
ilustración, ya que en su mayoría y desde las primeras ediciones se trata de
libros ilustrados.
A continuación reproducimos el artículo completo:
Yo sí creo en las hadas: el encanto sin fin de los clásicos infantiles
Los
chicos del siglo XVIII y los que juegan a la PlayStation tienen algo en
común: la fascinación por Caperucita Roja o los cuentos de Grimm;
claves de una literatura al margen del tiempo
Por Marcela Ayora para LA NACION
El cuento de hadas es un clásico. Entra a la vida del
lector en los días de la primera infancia. Es la forma de relato que
nació entre chamanes, magos, al pie del fogón de los hechiceros de cada
pueblo. Fue viajero, en sus comienzos giró de boca en boca. Atravesó el
paso del tiempo, las modas. La imprenta fue el primer formato
tecnológico que permitió preservarlos en las distintas lenguas. Llegó de
pie y bien nutrido hasta estos días de iPods y
tablets. Frente a la carrera de conseguirlo todo a sólo un
touch
de pantalla, el cuento de hadas condensa el misterio narrativo que
atrapa como pocos la atención de los chicos. Reúne en un amisma
narración aspectos tenebrosos, mórbidos. Tan lúdico como sabio, logra
que cada generación siga invocándolo, lo pida y lo desee.
¿Qué
tiene entonces el cuento de hadas que apenas alguien pronuncia el "
Había
una vez..." los corazones empiezan a galopar al ritmo de esa historia
que se inicia? ¿Qué tan distintos son frente a esos villanos los niños
del siglo XVIII de los que meriendan, juegan a la Play Station y ven
frente la TV cómo la cámara muestra la superficie de Plutón? ¿Por qué
motivos es un relato escuchado, leido y pedido desde siempre?
En
tanto producción humana, mantiene vivo el impulso capaz de enfrentarse a
los miedos más primitivos. Acaso el cuento conserve en su ADN algo de
aquella primera magia fundadora: el encantamiento. El tiempo se detiene y
el lector, encantado, no se mueve, se queda ahí, a la espera de que a
La Bella Durmiente la despierte el elegido de su corazón, que
Caperucita
Roja se cruce al lobo, que la chica de
Barba Azul se anime a abrir la
puerta. En las historias en las que entra a escena lo maravilloso,
cualquier cosa puede suceder. Acá no iría eso de que el asesino es el
mayordomo, pero se sabe, porque se cumple más de tres veces, que el
encantado siempre es el lector.
La
Bella Durmiente, Rapunzel,
Cenicienta, por nombrar algunos pocos, no tuvieron, en el principio, la
estructura con la que hoy los conocemos, como tampoco la manera de ser
nombrados. En su libro
El irresistible cuento de hadas, Jack
Zipes analiza la evolución del cuento maravilloso desde las diferentes
culturas. Confirma que
D'Aulnoy usó el término por primera vez en 1697,
en el libro que llamó
Les contes de fées, cuentos sobre hadas.
Zipes revisa las narraciones de
Perrault, de los hermanos
Grimm y
Hans
Christian Andersen. En todos, el cuento de hadas le pide al lector que
crea en lo sobrenatural, en la posibilidad de que cualquier cosa pueda
ocurrir.
Marcela Carranza es licenciada en Letras y máster en
libros y literatura para niños por la
Universidad Autónoma de Barcelona,
y cocoordina la biblioteca infantil y juvenil
Juanito Laguna. Para
Carranza, "a los niños aún les está permitido transitar de la fantasía a
la realidad sin resquemores. Los niños, a diferencia de la mayoría de
los adultos, saben que «todo puede suceder». Lo saben porque los niños
juegan, y el juego es el lugar de la libertad, el lugar de la ensoñación
sin límites. En el juego, como en los cuentos, caben todas las
posibilidades. Por eso sólo los niños pueden viajar con
Peter Pan al
País del Nunca Jamás, un mundo donde todo es posible, incluso volar".
Esa
zona de permiso es el antepasado de lo que después el psicoanálisis
retomaría como la importancia del desear. Permitirse ir hasta el sueño
más imposible, porque se puede cumplir. Soñar es también con el temor.
El escritor
Guillermo Saavedra, autor también de varios volúmenes de
cuentos para chicos, en el ensayo
Grandeza y eficacia en los cuentos
clásicos, preparado para el Proyecto de Lectura para Primer Ciclo,
elaborado por el área de Literatura Infantil y Juvenil de
Editorial
Santillana, se detuvo en la importancia del relato sin filtros: "Lejos
de ser el motivo de la violencia del mundo, los cuentos tradicionales
constituyen una mediación simbólica con esa violencia, permitiendo a los
niños asimilarla y digerirla en su imaginación antes que experimentarla
en la realidad de sus vidas. Son una vacuna o una dosis homeopática
que, inoculada en su dosis adecuada, genera anticuerpos contra esos
males".
Lo atroz, lejos de asustar a los niños, los retiene al pie
de la historia.
Hansel y Gretel están por ser comidos por la bruja del
bosque;
Barba Azul es un cuento superpoblado de
femicidios;
Caperucita Roja, una historia de rebeldía que la lleva a la
boca del lobo. En esto de dejar que la historia se cuente sin diluirla,
el escritor
Pablo De Santis, autor de
El último espía, El inventor de juegos,
entre otros libros de literatura juvenil, considera lo siguiente: "Es
bueno enseñarles cosas a los niños, pero creo que para hacerlo hay que
dejar de lado la ficción. La ficción es el terreno de la duda, no la
hora de la lección. No sé si es bueno o no que los cuentos tengan
moraleja, pero lo que seguramente es malo es que la moraleja aparezca
antes que el cuento. Porque cuando eso ocurre, la ficción misma aparece
simplemente como la débil ilustración de una idea".
Una familiaridad literaria
Aun
frente a posibles momentos crudos, el niño pide siempre seguir ahí,
quizás intuye que más allá del miedo, el protagonista podrá sortear eso a
lo que se enfrenta.
Ana Guillot, autora de
Buscando el final feliz,
recorre aquello que
Vladimir Propp trabajó sobre los cuentos.
Propp
encontró varios elementos en común. Definió 31 puntos para acercarse al
porqué de las estructuras.
Guillot cruzó puntos con textos: "Alejamiento
[uno de los miembros de la familia se aleja de la casa] (...);
información [el agresor recibe información] «Señora Reina, tú eres como
una estrella, pero
Blancanieves es mil veces más bella» (?); fechoría
[el agresor daña a unos de los miembros de la familia o le causa
perjuicios]: «Llévate a la niña al bosque; no quiero tenerla más tiempo
ante mis ojos. La matarás, y en prueba de haber cumplido mi orden, me
traerás sus pulmones y su hígado» (?); boda [el héroe se casa y asciende
al trono]". Este análisis revela la vuelta del orillo, de cuánto hay
detrás de cada una de las historias que parecieran sonar simples. "En
los cuentos populares, como
Caperucita Roja o La Cenicienta
-destaca
De Santis-, los cuentos aparecen pulidos por generaciones, que
despojan el texto de lo innecesario y refuerzan aquello que es más
vívido. Eso hace que sean cuentos muy fáciles de recordar, porque
presentan una sucesión de escenas imborrables: la calabaza convertida en
carroza, el reloj que da las doce, el zapatito de cristal."
Si
bien en estas historias las heroínas pincelan la silueta de los
estereotipos: la sumisa, la hacendosa, y otros personajes parecidos,
entregan al cuento pura pulsión de vida a la hora de fortalecerse en el
duelar.
Cenicienta es huérfana, pierde a la madre, al padre, su casa, su
mundo frente al avance ambicioso de la madrastra.
Sí, después la
puede un zapato de cristal, pero quién podría decirle algo, si al menos
por un segundo no se pusiera en sus zapatos, los de antes, los que usó
para atravesar todos los duelos.
En eso, los cuentos de hadas
nutren y fortalecen el amor a las historias como fuente de comprensión y
placer por la ficción. Y seguirán contándose, porque el deseo humano es
misterioso. Antes, ahora, siempre.
En su día, tres lectores y sus preferidos
Rocío Till (7 años) "La Cenicienta"
"Me
gusta el baile porque me imagino cómo es todo el castillo. Me gustaría
vivir en un castillo. Pero no me casaría con un príncipe ni con nadie.
Me gustaría que apareciera un hada, pero no para transformarme: me
gustaría que me haga volar"
Lisandro Castagnini (6 años) "Los músicos de Bremen"
"Lo
bueno de este cuento es que los cuatro animales hacen música para
asustar a los ladrones. Mi preferido es el burro, que es el que dijo que
los ladrones estaban sentados listos para comer"
Abril Pasik (9 años) "Caperucita roja"
De
"Caperucita" quise la versión completa. Lo que más me gusta es que vive
en el bosque y tiene que cruzarlo para ir hasta la casa de la abuela"
.