HOMENAJE a HERMENEGILDO SABAT
Sábat
nos engañó a todos.
Durante décadas nos hizo creer que hacía
caricaturas cuando en realidad tenía una fábrica de espejos. Espejos que
deformaban la realidad, como en los antiguos parques de diversiones para
hacerla creíble, espejos que le quitaban o le agregaban a la realidad, pero no
para deformarla sino para enderezarla.
Espejos que enfocaban casi siempre a los
políticos, pero no sobre sus rostros sino sobre sus almas, o quizás sobre las
ruinas humeantes de lo que quedaba de sus conciencias porque Sábat no fue un
caricaturista de rostros sino un dibujante de lo intangible.
Ahí estaban las buenas espíritus de sus
queridos jazzistas, pintores, filósofos o escritores que aparecían todos los
domingos, seleccionados con la exquisitez propia de un colega, y tratados con
la benevolencia de quien siente la admiración, el cariño y tal vez una deuda
intelectual con el que admira. Y también ahí estuvieron las dolorosas heridas,
por llamar de algún modo a esos que tomaron el poder en sus manos por la fuerza
y nos llevaron al plomo de la historia.
Y sí, también ahí estuvieron las personas de
dos caras, las viudas no tan viudas, los panqueques del oportunismo, los
acróbatas de la política, las madres, los aspirantes a algo, y los miles de
ejemplares que pasaron por esta Argentina pródiga en generar expectativas y
ahogar oportunidades. Todos pasaron por su pluma sabiendo que se verían
reflejados en ellas con una imagen que sería una caricia a la distancia o lo
más probable, un intelectual sopapo.
Pienso en el análisis político de un
redactor y éste puede ser duro, realista y racional pero siempre tendrá la
lentitud propia de la lectura. Quién lo lea, podrá ir generando los mecanismos
de defensa mientras se suceden los renglones. Por eso, cuando imagino a un
político leyendo cómo lo critican creo que los tiempos de la lectura le
permiten ir descalificando o aprobando los dichos del analista hasta finalizar
pensando que quién escribe es un gorila, o un facho, o el calificativo que cada
cual le quiera atribuir a quién escribe; y hasta concluir que él, el político,
siempre tuvo razón.
Pues bien, ahora en cambio, me imagino al
mismo sujeto ante una caricatura de Sábat y siento que la imagen le ingresa de
golpe, irrumpiendo, sin darle posibilidades de organizar una defensa ante lo
intempestivo del dibujo. Una catarata de verdades ingresando por la puerta
inesperada.
Y los de Sábat eran dibujos que abriendo muy…
muy grande la boca tal vez se comían de un bocado, pero eran de digestión
lenta, con capas de mensajes y sustratos, con rémoras del pasado que retorna,
con memoria, con recónditas manchas y leones de sellos de goma, con alitas
agregadas en las espaldas, con Gardeles, o con niños que miraban, con síntesis
estilo Sábat, o mejor dicho con esa mezcla de síntesis y análisis, todo a su
vez aderezado con una diversidad de técnicas envidiables.
Aguadas, lápiz, birome, tinta… cualquier
cosa que dejara una impronta en una superficie era susceptible de ser su herramienta.
Aunque
tal vez, y aclaro que esto es sólo una hipótesis, pienso que su herramienta más
poderosa haya sido su uruguayez que le daba ese punto de vista especial que
tienen quienes pueden ver con cierta extrañeza hechos que a otros, en este caso
nosotros, ya nos parecían normales.
Sábat, desde su fábrica de espejos, se
encargaba de decirnos cada día: “Esto no es normal”, “Esto es raro”, “Esto no
debe ser así”; y eso, a los que pensábamos o descubríamos que eso no era
normal, que era raro y que no debía ser así, nos conectaba, nos unía, nos
identificaba.
Y volviendo al tema de los espejos, tengo
que decir que sus dibujos no sólo fueron espejos de aquellos a quienes
retrataba, sino también de aquellos lectores que en sus creaciones veían o
creían ver algo más que lo expresamente dibujado.
Entonces, unos pensábamos que Gardel al lado
de la imagen principal era una aprobación; pero a otros tal vez le significara
trascendencia, y otro quizás creyera que de la comparación del retratado con
Gardel surgía una tensión crítica… y aún otro más, tenía todo el derecho a
creer que Sábat sólo quería dibujar por enésima vez a Gardel.
Cada lector, una conclusión.
Lo mismo ocurría con sus tachaduras, sus
manchas, sus chorreaduras, sus personajes vendados, la momia blanca de
Karadajian… no estaba claro en dónde terminaba la caricatura y dónde empezaba
el juego.
Además, Sábat fue el creador de un estilo
inconfundible al que por falta de otra referencia llamamos estilo Sábat, y que
convierte al que lo usa en una especie de profanador del difuso templo del
dibujo.
Él, supo hacer retratos de un mismo
personaje con la nariz grande, pequeña, o mediana; con distorsiones diferentes;
con el énfasis puesto en la boca, en el mentón o en la oreja; con la lupa de su
lápiz aplicada en los lados más disímiles, pero manteniendo siempre la esencia
de su mirada.
Y como sabemos… el periodismo, la
fotografía, la música, la pintura, el arte en general, lo tuvieron siempre ahí,
presente.
Hay momentos en que la admiración se
convierte en lisa y llana envidia y no soy ajeno a ese sentimiento.
Le envidio a Sábat la consecuencia en su
pensamiento, la humildad de su eterno saco y su corbata, la extrema
profesionalidad en cada una de sus obras, su arraigada pausa en el hablar que
me hacía notar que ese hombre de pocas palabras pensaba muy bien lo que decía y
decía muy bien lo que callaba.
Hoy,
4 de diciembre, una caricatura suya realizada por él mismo, nos invitaba a
todos desde una página del diario a concurrir a este evento y ahí, en esa
caricatura están todos los elementos de mi exposición: su traje, su corbata, su
mirada escrutadora y su boca cerrada, apenas indicada.
Fernando Sendra
En el marco de "Dibujos que aprendimos a leer"
Homenaje de la Academia Nacional de Periodismo
a Hermenegildo "Menchi" Sábat
Biblioteca Nacional, 4 de diciembre de 2018
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