HECHOS o PERSONALIDADES del SIGLO XX llevados al COMIC (7ma.Parte)
Estamos todas bien, de Anaya Penyas
Libro ganador de la X edición del Premio Internacional Fnac-Salamandra Graphic de novela gráfica 2017.
Por Emma Rodríguez © 2018 para Lecturas Sumergidas
Entre las muchas novelas gráficas que me encuentro actualmente en las librerías me fijé en una en particular, Estamos todas bien, de Ana Penyas.
Recorrer sus páginas ha tenido para mí el efecto de avivar recuerdos dormidos, tanto biográficos como de lecturas pasadas. La autora, una ilustradora valenciana nacida en 1987, sintió la necesidad de conocer la historia de sus abuelas y de contarla a través del lenguaje que mejor conoce, el de las viñetas. En su simplicidad consigue que restablezcamos el hilo, tal vez perdido, con las mujeres españolas de la posguerra, al tiempo que nos hace entender mejor las semillas esparcidas por el franquismo, que tanto han arraigado en lo que respecta a la educación, las costumbres, las relaciones de pareja. El machismo, la desigualdad, la sumisión femenina… Todo asoma en estas páginas, tan llenas de ternura y de autenticidad.
En un presente en el que es evidente que hay en marcha una revolución de las mujeres a nivel global (ojalá que siga adelante y no se quede en un simple espejismo), cuando empiezan a ser visibilizados y denunciados comportamientos, acosos y abusos masculinos hasta ahora silenciados, normalizados, libros así nos hacen ser conscientes del legado femenino, de las herencias recibidas, de tantos y tantos obstáculos que nos hemos ido encontrando por el camino y que siguen presentes en pleno siglo XXI, cuando en países como el nuestro –no necesitamos ir más lejos– son demasiados los días en que despertamos con nuevos casos de violencia de género. Seguramente no fue la intención de nuestra autora ir tan lejos, pero desde la humildad y la cercanía de su propuesta, consigue que reflexionemos sobre todo ello.
ANA PENYAS CONSIGUE QUE RESTABLEZCAMOS EL HILO, TAL VEZ PERDIDO, CON LAS MUJERES ESPAÑOLAS DE LA POSGUERRA. EL MACHISMO, LA DESIGUALDAD, LA SUMISIÓN FEMENINA… TODO ASOMA EN ESTAS PÁGINAS, TAN LLENAS DE TERNURA Y DE AUTENTICIDAD.
A través de la plasmación de situaciones cotidianas, confidencias, diálogos veraces e ilustraciones absolutamente evocadoras, Ana Penyas consigue que nos traslademos a un pasado que aún está demasiado cerca. El ayer y el hoy se cruzan a través de la palabra y la imagen, en el enriquecedor intercambio entre una nieta y sus abuelas. Basta un televisor encendido –con noticias sobre la reina Letizia, tertulias con Belén Esteban, ecos de partidos de fútbol– para acercarnos a la actualidad del país, mientras que las historias de esa España de posguerra, atravesada por el miedo, se refleja en atmósferas dibujadas en tonos grises: el bar del pueblo, la imagen amenazante de una pareja de guardias civiles, el retrato de Franco, un crucifijo… Las protagonistas, Maruja y Herminia (la primera más pesimista y sufridora; la segunda más abierta y decidida por haber crecido en el entorno de un teatro de pueblo), han tenido trayectos vitales muy distintos, pero ambas son hijas de un tiempo de mordazas, donde las mujeres apenas podían levantar la cabeza, y ambas son testigos del cauce que se abre tras la muerte del dictador: el paso hacia la Transición, la esperanzadora apertura de la década de los 80, donde brotan oportunidades de cambio para sus descendientes.
Cuenta la autora en la contraportada que cuando le dijo a su abuela Maruja que iba a hacer un cómic basado en su vida, le respondió que mejor escribiera una historia de amor, mientras que Herminia se alegró mucho y le dijo: “sí, claro, nena”. Señala que su motivación principal fue rescatar, a través de sus abuelas, las vidas de tantas mujeres dedicadas al cuidado de sus seres queridos; sacarlas de su papel secundario y convertirlas en protagonistas. No voy a contaros mucho más, pero sí a elegir unas cuantas frases significativas.
“Entre todos me casaron…Yo al principio no quería, él era mucho mayor que yo, pero al final pensé… Mira, me caso con el médico y así me saco del bar”, escuchamos a Maruja, quien en otro momento dice: “Me parece que me he pasado la vida haciéndole puntilla a las sábanas”.
“Mi abuela era quien me contaba los cuentos, esos que luego te contaba yo a ti cuando eras pequeña. La abuela Hermenegilda sabía leer, y ¡entonces no te creas que leían todas las mujeres! Había una biblioteca pequeñita en el teatro, allí tenían “Las mil y una noches”, y mi abuela luego me lo contaba a mí antes de acostarme”, es Herminia quien habla. Y le transmite a su nieta: “Los hombres de entonces no sabían contenerse y cuando les entraban ganas, agarraban a las pobres chicas… Ellas no llegaban a tener un orgasmo porque aún no habían empezado y ellos ya estaban listos...”
Contar, contar cuentos, contar la vida… De eso trata este libro que también nos acerca al abandono, a la soledad de las personas mayores en sociedades que ponen las prisas, la productividad y la utilidad por delante de la ternura, de la escucha, del apoyo mutuo. “Tanto sacrificio para nada”, señala Maruja y con esa simple frase abre las puertas a una realidad que duele.
“ESTAMOS TODAS BIEN” TAMBIÉN NOS ACERCA AL ABANDONO, A LA SOLEDAD DE LAS PERSONAS MAYORES EN SOCIEDADES QUE PONEN LAS PRISAS, LA PRODUCTIVIDAD Y LA UTILIDAD POR DELANTE DE LA TERNURA, DE LA ESCUCHA, DEL APOYO MUTUO.
Antes os decía que este cómic me condujo a determinadas lecturas. De manera inmediata, me hizo recordar Léxico familiar de Natalia Ginzburg. Repasé el libro y en sus páginas, en efecto, me encontré los retratos que la autora italiana traza de sus dos abuelas; de la paterna, que había sido muy rica y había perdido mucho dinero durante la Primera Guerra Mundial, y de la materna, que de joven había trabajado en teatro de aficionados y que sufría por las inclinaciones políticas –socialistas– de su marido.
Pero, sobre todo, Estamos todas bien, me devolvió a Carmen Martín Gaite. De hecho Ana Penyas arranca su relato con ella, con su alusión a las “ejemplares Penélopes” de la posguerra, “mujeres condenadas a coser, a callar y a esperar…”
Nadie como la escritora ha transmitido la educación y los prejuicios de las mujeres de su tiempo. He regresado a su revelador ensayo Usos amorosos de la postguerra,donde analiza, por ejemplo, lo mal vistas que estaban las solteras y las incertidumbres de las chicas casaderas, “en busca de puntos cardinales para desempeñar de forma ortodoxa aquellas dos funciones antagónicas de enamorada y de madre que se veía obligada a representar sin que nadie le enseñara cómo. A coser sí. A coser la enseñaban desde muy pequeña. Y a bordar y a remendar y a calcetar y a hacer vainica…”
Pero, sobre todo, Estamos todas bien, me devolvió a Carmen Martín Gaite. De hecho Ana Penyas arranca su relato con ella, con su alusión a las “ejemplares Penélopes” de la posguerra, “mujeres condenadas a coser, a callar y a esperar…”
Nadie como la escritora ha transmitido la educación y los prejuicios de las mujeres de su tiempo. He regresado a su revelador ensayo Usos amorosos de la postguerra,donde analiza, por ejemplo, lo mal vistas que estaban las solteras y las incertidumbres de las chicas casaderas, “en busca de puntos cardinales para desempeñar de forma ortodoxa aquellas dos funciones antagónicas de enamorada y de madre que se veía obligada a representar sin que nadie le enseñara cómo. A coser sí. A coser la enseñaban desde muy pequeña. Y a bordar y a remendar y a calcetar y a hacer vainica…”
He vuelto a El cuarto de atrás, una novela en clave biográfica donde se ofrecen muchas claves, y de la que no me resisto a reproducir un fragmento en el que la narradora, tras referirse al comentario que le ha hecho una señora: «Mujer que sabe latín no puede tener buen fin», argumenta: “Por aquel tiempo, ya tenía yo el criterio suficiente para entender que el «mal fin» contra el que ponía en guardia aquel refrán aludía a la negra amenaza de quedarse soltera, implícita en todos los quehaceres, enseñanzas y prédicas de la Sección Femenina (…) Volvía a poner el acento en el heroísmo abnegado de madres y esposas, en la importancia de su silenciosa y oscura labor como pilares del hogar cristiano…”
Remedios Varo, ilustración para El Cuarto de Atrás
Remedios Varo, ilustración para El Cuarto de Atrás
Martín Gaite, Carmen Laforet, Ana María Matute, Josefina Aldecoa, que tuvo la oportunidad de viajar a Londres a estudiar y se estremeció al contrastar el despertar de una ciudad devastada tras la II Guerra Mundial, con la España dormida, anquilosada, de la dictadura… Todas nos ayudan, a través de sus creaciones, a componer las atmósferas, el ambiente de grisura, de tedio, que en aquellos años lo llenaba todo. Han acudido a mí mientras recorría las historias de Maruja y Herminia en viñetas. Y también, irremediablemente, volví a escuchar las voces de mis propias abuelas, con sus nombres tan de otra época: Eulogia y Severina.
Las dos vivieron la guerra en Canarias, en un pequeño pueblo del Norte de la isla de Tenerife. Sé que ambas callaban más que hablaban de ese tiempo. A la primera, la madre de mi madre, la recuerdo fregando los suelos y contándome cómo tuvo que sacrificarse y dejar a su novio para casarse con el marido de su hermana, que murió dejando a dos hijos pequeños, a los que ella debía cuidar. La recuerdo siempre estampando su firma en folios, en cartones; esa firma que era lo único que había aprendido a escribir. La recuerdo asomada a la ventana, sonriente al verme llegar dando saltos por la calle, orgullosa de su nieta mayor, que sí estaba recibiendo una educación. Con la segunda me sentaba frente a otra ventana, la de su cocina, esa cocina con vistas que he vuelto a ver este último verano, tan destartalada ya, consciente de que tal vez fuera la última visita a una casa en la que cuelga el cartel de “se vende”.
Ilustración para El Mundo Deslumbrante
“Pelea por ti misma. No permitas que nadie te mangonee. ¿Me oyes?”, le dice a su nieta Harriet Burden, la protagonista de El mundo deslumbrante de Siri Hustvedt, una novela que no me canso de recomendar. No con esa frase, de otra manera, con su mirada llena de resignación, de impotencia, me transmitió a mí lo mismo mi abuela Eulogia. Estoy segura de que si leéis Estamos todas bien recuperaréis también a vuestras abuelas, algo que desde aquí le agradezco a Ana Penyas. Entre todas seguiremos tejiendo una grandiosa historia llena de complicidades que seguirá creciendo generación a generación. Ese flujo subterráneo que nos marca con sus huellas, esa herencia que nos conmueve y que a veces tanto nos cuesta sacudirnos: roles sexistas, carga de sumisión, aceptación de desigualdades… El legado de las mujeres. Nuestra memoria.
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